EL CALVARIO DE MEL GIBSON: LAS SOMBRAS INVISIBLES DE "LA PASIÓN DE CRISTO"
- EFRAIN MARINO
- 18 abr
- 2 Min. de lectura
REFLEXIÓN:
Por: Efraín Marino @efrainmarinojr
No todo sufrimiento queda en la pantalla, y eso lo entendió primero el cuerpo del actor que hizo el protagónico de Jesús, el estadounidense Jim Caviezel, quién durante la filmación de Película “La Pasión de Cristo”, alguien falló la coreografía y el látigo, de cuero y metal, le rasgó la piel de verdad, no del guion; Caviezel se dobló en silencio, con la respiración temblando, mientras las cámaras seguían rodando, sin que nadie supiera si cortar era traicionar lo que estaban buscando: una verdad tan cruda que doliera solo de verla.
La película no hablaba en inglés, no quería. Prefería resucitar el arameo, murmurar en hebreo y endurecer el latín. El espectador, entonces, debía leer para entender lo que ya sentía, como si la emoción pasara por encima del idioma. Gibson, tozudo hasta la médula, insistía en que no bastaba con representar la pasión, había que encarnarla, y para eso, era mejor que los diálogos no se entendieran del todo, que sonaran antiguos, remotos, casi como un eco de lo que fue dicho hace siglos.
Apostó su dinero, sí, pero más que eso, arriesgó su lugar en el mundo; Hollywood se le volteó de a poco, mientras él defendía su proyecto como quien protege a un hijo malinterpretado, no había patrocinadores, no había estudios de respaldo, no había garantías de nada, solo una fe obsesiva y un deseo de decir algo que no cupiera en las formas usuales del cine.
Rodaron en Italia, entre piedras viejas y cielos fríos; La cruz, por cierto, pesaba lo mismo que una persona. Caviezel la cargaba sin doble, y el barro que pisaba era barro real, no cartón mojado. Se dislocó un hombro en el camino al Gólgota, se le partió la piel por el frío, y en una escena “parece invento, pero no lo es”, le cayó un rayo mientras colgaba del madero. No murió, aunque algo de él, dicen, cambió desde entonces.
La sangre en pantalla, espesa y sin medida, causó escándalo, claro, pero también devoción. Algunos la acusaron de propaganda religiosa, otros de antisemitismo, y hubo quienes la llamaron obra maestra, sin atreverse a verla por segunda vez, lo cierto es que nadie quedó ileso, ni los que actuaron, ni los que miraron, ni los que aún discuten si era necesario mostrar tanto dolor con tanto detalle.
La Academia, elegante y esquiva, fingió no verla. Le dio tres nominaciones menores y ninguna estatuilla, como si premiarla fuera admitir algo que no sabían cómo nombrar. Gibson no reclamó, tal vez porque ya lo había dicho todo con la película, o tal vez porque entendió que no todos los sacrificios son reconocidos.
Han pasado más de veinte años y aún hay quienes la ven cada Semana Santa como quien abre una herida antigua, para algunos, es una película; para otros, una procesión en imágenes. Gibson prepara una secuela sobre la resurrección, pero ya nadie espera que sea más luminosa. El que ha bajado a los infiernos sabe que la luz también duele.
Y uno, después de verla, no sabe si aplaudir o rezar, si apagar la pantalla o quedarse sentado un rato, en silencio, como si alguien más estuviera ahí. #Recomendado #SemanaSanta @corprensacol @bnocturna @efrainmarinojr
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